Copahue y Caviahue, entre burbujas y araucarias

Copahue y Caviahue, entre burbujas y araucarias

En las alturas de los Andes neuquinos, un viaje a las mejores termas volcánicas del país. Excursiones en 4x4, caminatas entre cascadas y baños sulfurosos.... Hoy compartimos la historia en primera persona de Julián Varsavsky y su recorrido por Caviahue & Copahue

- >Subimos al micro en la ciudad de Neuquén –en la desértica estepa– para trepar los Andes de a poco con rumbo oeste. En cierto punto, el camino ya es de cornisa y el paisaje gana en verdes y profundidad. Cerca del pueblo de Caviahue comienza a desaparecer la vegetación, salvo por las araucarias que brotan solitarias entre rocas de basalto. Estas coníferas aparasoladas viven 1.500 años y no existen en otro rincón de la Tierra, salvo en esta pequeña franja patagónica a cada lado de la cordillera. Son el toque jurásico en el paisaje, donde no desentonaría mucho la silueta de un dinosaurio con sus torpes pasos, especie de la que fueron contemporáneas.

Trekking

Tras una curva aparece el círculo del lago Caviahue rodeado de araucarias, al pie de un anfiteatro de montañas: en su margen oeste está el pueblo con casas y hoteles de techo a dos aguas. La lisura inmóvil del espejo acuático refleja las araucarias con la copa hacia abajo. Nuestro eje será el trekking y por eso nos instalamos aquí varios días (uno lo dedicaremos a visitar el pueblo de Copahue con sus termas). Si lo que buscáramos fuese más bien termas, haríamos al revés.
Nos instalamos y a la mañana siguiente hacemos la mejor caminata en la zona: el circuito de las Siete Cascadas. Tomamos un taxi para ahorrar 2 km de recorrido por la ruta y nos internamos en un sendero señalizado con pendiente mínima por un bosque de araucarias. Avanzamos en leve ascenso y en soledad: a los 15 minutos aparece la cascada Basalto cayendo por una pared volcánica. Continuamos hasta la cascada Culebra –en la que el río nacido del volcán viborea– y descendemos entre grandes rocas al pie del salto. Allí hay un pasaje justo detrás de la cortina de agua: lo cruzamos casi sin mojarnos.

La siguiente cascada mide 20 m y su nombre la dibuja: Cabellera de la Virgen. En total hay 20 saltos escalonados, pero luego de dos horas de caminata relajada estamos ya en éxtasis: nos detenemos para un picnic bajo una araucaria que por sus 20 m de altura puede tener 1.500 años. A lo lejos un poblador mapuche a caballo se pierde en la inmensidad en paralelo a los caracoleos del río. Palpo la dura corteza de la araucaria resistente al fuego que le permite sobrevivir a las erupciones volcánicas. Y observo en el suelo la sombra de su enramada: ya protegía este pedacito de tierra cuando depusieron al último emperador romano Rómulo Augusto, en el 476 d.C.
Partimos en la mañana con un taxi para hacer 17 km montaña arriba por la ruta hasta Copahue, a 1.900 metros de altura: las araucarias han desaparecido. Esta aldea termal de 500 habitantes queda casi vacía en invierno con parte de las casas sepultadas en la nieve. Pero en verano el clima es agradable y hay una veintena de hoteles rodeando el complejo termal y sus lagunas. Copahue huele a azufre, a volcán. Luego de horas, uno lo naturaliza y olvida: sin él, nadie vendría porque no existirían las termas (o serían apenas agua caliente). Gracias al aroma del diablo, estamos en una de las termas más efectivas del mundo.

Exploramos las calles y el pueblo parece estar sobre una masa de agua en ebullición: en varios lugares hay fumarolas con vapores sulfurosos como pequeños géiseres. Distingo el centro termal por su blanca humareda de vapores y nos registramos para una entrevista médica preventiva y evitar contraindicaciones. Cada vez vienen más parejas jóvenes en plan de relax, al que suman tratamientos de belleza y antiestrés.
Este no es un spa de lujo ni podría serlo: en invierno sufre el acecho de la nieve (aunque no cierra del todo). Vamos a la laguna del Chancho, otro nombre que ilustra: un gran piletón alimentado por el volcán, una laguna de barro sulfuroso muy acuoso que, por supuesto, huele un poco a huevo podrido. La superficie burbujea y voy entrando con desconfianza. Piso un barro muy suave, agradable al tacto. Camino y pongo un pie donde brota un chorrito natural de agua que viene de las entrañas y me quemo casi como si hubiese pisado un cigarrillo. Pero no quedan marcas. Estas aguas sulfatadas a 35 ºC no curan pero alivian enfermedades reumatológicas y de la piel como la psoriasis, y lesiones tanto óseas como musculares.

Termas

Agarro fango del fondo y me unto piernas, brazos, pecho y cara. Saco el torso del agua como indicó el doctor para que el barro se seque en mi piel, dejándola sedosa unos días. Los bañistas nos miramos y parecemos zombis al extender los brazos afuera del agua: el viento sopla y hace frío. A los 20 minutos hay que partir a darnos una ducha radical, a presión, para sacarnos hasta la última partícula de azufre. Luego el relax es total. Al rato nos sumergimos en la laguna Verde, cálida y llena de microalgas.

Después de almorzar seguimos un sendero hasta la hoyada Las Maquinitas, con su pasarela de madera entre fumarolas y respiraderos. Avanzamos por una nube de vapor que sube la ladera. El agua bulle creando charcos burbujeantes con un sonido ensordecedor a máquina de vapor. Avanzo por un paisaje dantesco, un barranco que parece el aliviadero de los infiernos. Entre las rocas brota una fumarola y me recuesto a respirar ese aire limpiador de las vías respiratorias, un baño finlandés al natural.

El resto de los días los dedicamos a hacer una excursión en combi al salto El Agrio –una descomunal hoyada–, a recorrer senderos de trekking y una excursión en 4x4 a la comunidad mapuche junto al lago Hualcupén para conocer familias trashumantes (seminómadas). Son tierras de las comunidades Millaín Currical y Huaiquillén, que miden 20.000 hectáreas, donde viven espaciadas 120 personas. Allí conozco a Antonio Vargas: “Esa de allá es mi casa, adonde vengo todos los veranos con mi familia y mis chivos. Somos mi esposa, yo, mis cinco hijos y mis cinco hijas, y más 800 chivos y ovejas. Yo sé hablar mapuche. Todos en la comunidad nos dedicamos a vender chivos para hacer asado y tejidos de lana. En invierno bajamos al paraje Pichaihue llevando nuestros animales por la montaña en un arreo de cinco días. Ahí tenemos casas de material y escuela”.

*Nota de Revista Wekend