Cómo son las vacaciones en Villa Pehuenia: una aldea suiza en la Patagonia
Un pueblito neuquino con araucarias y un parque al pie de los Andes para aprender a esquiar. Salidas al volcán Batea Mahuida en moto de nieve con la comunidad mapuche y en 4x4 con orugas.
La Ruta Provincial 13 caracolea cuesta arriba y, a 60 kilómetros de la aldea neuquina de Villa Pehuenia, aparecen las araucarias en un paisaje cubierto de nieve desde la banquina a la cima de las montañas: es como atravesar una Antártida con árboles y sin pingüinos. Al llegar a los 2.000 metros comenzamos a bajar hacia el pueblo con sus casas triangulares de madera y coníferas cargadas de nieve: el ambiente tiene ahora un toque suizo navideño.
Nos instalamos en una cabaña y desde el balcón vemos Villa Pehuenia sobre la ladera de un valle circular, con un lago en la parte baja: pasamos los días en los altos de un gran anfiteatro boscoso viendo el espejo de agua duplicar el delicado paisaje. Casi cada mañana, al descorrer las cortinas, hay escarcha en la baranda del balcón y una densa bruma suspendida apenas sobre el lago, perforada por los conos de las araucarias que crecen en una islita. Al fondo se elevan volcanes nevados bajo un cielo muy azul que aplasta la nubosidad contra el lago. Salimos a caminar y descubrimos que, además del lago Aluminé, entre casas hay cuatro lagunas con patos. El distanciamiento entre las cabañas y hoteles convierte a Villa Pehuenia en el lugar ideal para salir del encierro en la postpandemia: al asomarse a la ventana uno siempre ve bosque.
Arrancamos la exploración ascendiendo al volcán Batea Mahuida en moto de nieve con los hermanos Claudio y Alejandro Cafulqueo, miembros de la comunidad mapuche que gerencia este parque de nieve con un poma como medio de elevación. Una breve clase y arrancamos en fila con tres motos: cada conductor lleva un pasajero. En minutos entramos a un bosque de araucarias que crecen amuchadas en colonia en un paisaje sin otros árboles. El sendero cruza una arboleda y atravesamos ondulaciones a toda velocidad. Nos detenemos frente al tronco de tres metros de diámetro de una araucaria y Claudio sugiere mirarla con respeto: “Tiene 1.200 años”.
Seguimos viaje bordeando la ladera cuesta arriba. El plano se inclina pero las motos son estables: vamos marcando la nieve virgen con dos rayas paralelas. En 20 minutos llegamos al borde del cráter para asomarnos a su laguna congelada. De un paneo visual descubro el fulgor diamantino y cónico de los volcanes Villarrica, Llaima y Lanín, y los lagos Moquehue y Aluminé.
Me bajo de la moto y la nieve es tan suave que parece arena de un desierto blanco: se desmorona a cada paso como al pisar una duna. En el suelo descubro huellas de zorro y lo único que sobresale son grandes bolas basálticas, restos de una explosión: el efecto es el de alunizar.
A veces llegamos con turistas y preguntan “¿los mapuches dónde están?”: se creen que no usamos ropa de nieve como ellos –dice Alejandro entre risas antes de comenzar a descender en esta excursión de 50 minutos. Regresamos a la base deslizándonos suavemente con las motos sobre la nieve como si voláramos, en estado de gracia.
Caminar con raquetas
La excursión más relajada y silenciosa para abordar este paisaje nevado es una caminata con raquetas guiada por Ena Tasca: nos pasa a buscar con su camioneta y ya lejos de toda civilización dice “acá”. Bajamos para colocarnos raquetas bajo el calzado. Comenzamos a caminar con pasos de astronauta sobre superficies con un metro de nieve, hasta detenernos en un bosque milenario de araucarias en un silencio total: lo rompe una pareja de teros alterados por un dron comandado por un caminante del grupo.
Caminamos sobre una pequeña planicie sin árboles y Ena revela que estamos sobre una laguna congelada. Bordeamos un arroyito que corre por una quebrada y alrededor del tronco de cada árbol hay un círculo vacío sin nieve dejando ver tierra: las raíces emanan calor. Una ladera con arbustos rodeados de esos anillos de tierra en la blancura parece llena de cráteres como la luna.
Ena hace de intérprete de lo que dice el paisaje: “Si miran bien, verán araucarias macho y hembra. Las primeras tienen en la punta de las ramas un color marroncito que luego será una flor con polen que esparce el viento. Y la hembra tiene en ese mismo lugar una redondez como una pelota de tenis: allí cae el polen y se gesta la piña al explotar esparciendo las semillas. El piñón de esta especie que fue contemporánea de los dinosaurios es calórico y proteico, parte de la dieta mapuche durante siglos”. Para demostrarlo Ena saca una caja de alfajores de harina de piñón con dulce de leche y un licor del fruto de la araucaria.
Ena vive en Moquehue –un pueblito a 20 km–, una mini Villa Pehuenia más plana. Allí convive con su marido y para salir de su casa en invierno, a veces tiene que palear la nieve. Luego hacen rampas y practican saltos de snowboard. Su pareja también es guía y el trabajo les genera “problema conyugales”: se pelean por venir a trabajar ya que uno debe atender el teléfono en la agencia y el otro pasear relajadamente como nosotros ahora, en un bosque de cuento de navidad.
En Land Rover oruga
Un día completo lo dedicamos a una excursión en camioneta Land Rover Discovery, con orugas en lugar de ruedas, hasta Paso del Arco, el límite andino con Chile. Partimos a media mañana guiados por el rescatista y virtuoso mecánico Diego Barbosa, uno de los mejores conductores de 4x4 en el país con 488 rescates en su haber.
– Estas camionetas se encargan a la carta, tienen 20 cambios y pesan 2.600 kilos. La tengo hace 20 años con tres motores que le voy cambiando. Con El Bicho, donde estás subido, he trepado montañas en 70°: a veces me peleo con él y le digo: “No tenés orgullo, cómo no vas a pasar por este lugar. Pero hace lo que quiere”, cuenta Barbosa con voz carrasposa ilustrando su relación con El Bicho.
Viajamos sobre la Ruta Provincial 12 aunque nunca llegamos a verla: está cubierta de nieve. El paisaje es otra vez antártico y navideño pero más desolado. Avanzamos por pampas de altura y trepamos ondulaciones a muy baja velocidad. Barbosa recorre la zona desde hace 50 años y relata sus hazañas de montaña igual que un escalador: pero él trepa en 4x4. Nos explica la diferencia entre un viento blanco –“no ves más de 5 cm”– y un blanco total: “La tormenta perfecta donde manejás a ciegas por GPS”. Pero hoy, otra vez, tenemos cielo azul, algo común en la Patagonia más elevada.
El conductor demuestra virtuosismo al cruzar un arroyo por un angosto puente natural de nieve. Subimos hasta los 1.400 metros a la laguna Corazón, congelada y partida por una gran grieta. Nos rodean centenares de araucarias y bajamos a subir caminando una lomada para ver una descomunal hondonada blanca. Seguimos hasta la laguna Piñihue, congelada y ventosa: un polvo de nieve vuela a ras de tierra como arena en el desierto. Barbosa comenta que por aquí sus abuelos llevaban ganado a Chile y aclara que nadie puede venir por su cuenta: hay que conocer muy bien la zona para no perderse o caer en vados ocultos. En plena charla pone la camioneta en modo automático y se baja a caminar solo, dejándonos adentro desconcertados en una planicie, avanzando despacito sin chofer. Su otra pasión es caminar la inmensidad, conducido por El Bicho: lo suele dejar andando a paso de tortuga mientras él camina a gusto. Luego se sienta a esperarlo: “El único lugar donde no me siento sólo es en la montaña”.
Nota: Revista Weekend